Karlovy Vary. La ciudad balneario checa

Karlovy Vary es una ciudad situada a unos 130 kilómetros al oeste de Praga, en plena Bohemia.
Fue fundada por el emperador Carlos IV y de hecho, de él y de las fuentes termales que posee le viene su nombre, ya que la traducción al castellano de su nombre sería, más o menos Balneario de Carlos.

Es una ciudad llena de jardines con cenadores blancos, infunde tranquilidad, y trasmite totalmente la sensación de descanso que buscaba la aristocracia del siglo XVIII. Parece que todo está cuidado, hasta cambian cada día las plantas que forman este jardín para poner la fecha que toque.

Llegué a Karlovy el día siguiente a la clausura del Festival Internacional de cine, que es uno de los festivales de cine más antiguos del mundo. Este año, la mayor estrella fue Antonio Banderas, lo ví durante varios días en los periódicos y los turistas tenían la ilusión de encontrarlo paseando por las calles de la ciudad. Aún estaban desmontando la alfombra roja, así que nos hicimos las típicas fotos de personas no relacionadas con el mundo del cine que ven una alfombra roja (vamos, de frikis)

Diría que uno de cada 2 edificios es un hotel balneario, y quizá estaría exagerando, pero lo cierto es que la ciudad está destinada totalmente a este tipo de turismo. Si tenéis pensado tomar algún tratamiento, tened en cuenta que los domingos cierran prácticamente todos los balnearios, y que además, es recomendable reservar con antelación, porque suelen estar bastante llenos debido a que los huéspedes tienen preferencia.

La ciudad está llena de fuentes con el agua a distintas temperaturas. Aquí estoy yo, cogiendo agua con una botella a 70 grados, no sin antes haber metido el dedo para comprobarlo (mi naturaleza científica, que me puede) Venden unas tacitas muy curiosas para poder beber sin abrasarte, y es que lo que parece el asa, es en realidad una especie de pajita, por la que al aspirar, sube el agua y se enfría.

Curioseando por la ciudad descubrimos uno de sus souvenirs típicos, los oplatki: unas obleas de mil sabores, desde el clásico vainilla con frutos secos, a chocolate, manzana, limón... además de en cajitas para regalo, había vendedores por la calle que los calentaban en el momento. Muy, muy ricos, y además, el olor a dulce que se extendía por la ciudad hacía totalmente imposible resistirse a probarlos.

Encontramos la Iglesia Ortodoxa, muy bonita (sobre todo en comparación a la Catedral de María Magdalena, que a mí ni fú ni fá)
Se podía entrar sin pagar nada, pero sí se dedicaba al culto, así que no hice foto.

Seguimos hasta el mirador de Diana, al que se puede subir en funicular por unas cuantas coronas (en torno a 70), o andando si tenemos ganas. Desde lo alto de la torre se ve toda la ciudad, aquí os dejo una panorámica:

Como nos quedaba un ratillo y no queríamos irnos sin probar las aguas termales, nos acercamos a una piscina que tiene un 60% de agua termal y un 40% de agua mineral. Vale 100 coronas, 50 si eres estudiante. Relajante no fue mucho, porque nos pasamos nadando todo el rato, pero la sensación de sentir el agua varios grados más caliente que el ambiente exterior era algo totalmente nuevo para mí. Recordad que al ser una piscina municipal, no tienen toallas (algo obvio, pero que como turista te puede pillar desprevenido)

Cómo llegar
Estación en Praga:Hlavní Nadrazi (tren) También se puede ir, por un precio similar, desde Florenc (autobus) o bien con la empresa Student Agency.
Precio: 150 coronas (billete de grupo-reducido, ida y vuelta)
Las excursiones contratadas salen por unas 1000 coronas. Llegar en transporte público a Karlovy es fácil, y no se necesita guía para ver el pueblo, por lo que son prescindibles.