Tradiciones...

El día de los Santos durante mucho tiempo significó para mí buñuelos de viento, huesitos de santo e ir a llevar flores a la tumba de mi abuela. Siempre un centro de rosas rojas.
Mi padre lo dejaba sobre el marmol y se solía quedar allí un rato, parado, callado.
Yo no sabía si rezaba, hablaba con su madre o qué. Nunca la conocí, aunque sé que cocinaba muy bien, y que tengo sus mismas cejas.

Mientras mi padre estaba en silencio, yo miraba a mi alrededor.
Me hacían gracia los carteles con nombres de las calles, y los enormes panteones, más grandes que muchos chalets.
No dolía.
Era natural.

Se va acercando el día y entre el caos de mi vida de últimamente, veo otra visita.
Obligada, porque toca. Y duele, mucho. Más que auscular a un paciente en la misma situación de mi tío abuelo (más abuelo que tío) y darme cuenta, desde fuera, de que esto se acaba. Duele casi tanto como revivirlo, pero de otra forma. Siento que a la vez me hago fría, dura. Un poco insensible.

Me joden los putos convencionalismos,el puto sentimiento de culpabilidad inculcado.
No siento necesidad de ir a visitar una lápida porque para mí no significa nada más que dolor. No queda nada de ellos ahí. De ninguno de los 3. Ya no hay tradición, si no una extraña sensación de sadomasoquismo general. De morbo extraño.
Me enfrento a ella, pero no quiero alargar batallas sin sentido...